Este niusléter era una continuación del anterior, pero empezando a escribir sobre mi viaje a la Mixteca Alta de Oaxaca y las comidas coloridas con hongos que nos ofrecieron se me ocurre que solo soy otro impostor escribiendo sobre algo de lo que no sé. De la Mixteca Alta no se nada, de los hongos comestibles mucho menos y de sus tradiciones alimenticias, culturales, y su forma de vida pues apenas pude ver lo que me permitieron, que fue mucho más de lo que deberían haber permitido a un extraño. Así fueron de amables Osvaldo y su familia.
Con la boca abierta hacia el Señor
por Giuseppe Lacorazza
En la fiesta de cierre del festival de hongos de la Mixteca, un hippie me ofreció un porro que me dejó tumbado frente a la fogata viendo las estrellas, preguntándome sobre la felicidad. Estaba esperando que repartieran los hongos alucinógenos. En una fiesta en las montañas donde lo único en común entre todos los borrachos era el interés por la diversión y por estudiar a los hongos la expectativa me parecía lógica, error mió quizás. Pero no pasó, solo me dieron mezcal, y en vez de eso me desperté la mañana siguiente a comer tamales de mole amarillo y salsa verde con pollo y hongos de aguacate que hicieron las tías de los organizadores. Llegué a mi casa en México dos días después con tres ji’i yisi (matsutake mesoamericano, hongo de aguacate) cada uno del tamaño de mi mano y una libra de hongos trompa de cuche (ji’i cue’e en mixteco, lobster en inglés) que voy a martajar para cocinar en un ragú. Al otro lado de la montaña, también en Oaxaca, me llamó mi novia desde la playa después de una rutina de choco hongos con sus amigos echados al sol. Ellos sí se fueron de viaje.
El texto pasado hablaba de algunos hongos que se encuentran en la Mixteca Alta de Oaxaca y que han sido parte de las tradiciones de quienes los recogen por mucho más tiempo del que somos capaces de imaginar. Se supone que aquí continuaba ese relato gastronómico después de pasar yo mismo un par de días en la fiesta de los hongos pero para no repetir preferí escribir de otro tipo de hongos, los que alimentan más a la imaginación que a la panza. Dicho esto quiero sugerir que comer difiere del acto de alimentarse y dado el caso de que aquí se escribe de todo tipo de comidas no me parece fuera de lugar pensar en los alucinógenos también como comida, o como alimento. Verduras, botanas y drogas son tres cosas que nos metemos a la boca con propósitos diferentes. Hay otras.
En las ponencias de la fiesta de los hongos, además de aprender sobre los hongos de la Mixteca, aprendí dos cosas:
Los cordyceps son un tipo de hongo que ataca a los insectos convirtiéndolos en zombies. Los matan, controlan sus cuerpos y los dirigen a lugares estratégicos para germinar por la cabeza de la víctima un colorido hongo erecto hacia el sol. El ponente dijo que alguna vez en el Tíbet los ganaderos vieron a sus vacas arrancar un pasto anaranjado entre el verde, y luego volver a buscarlo entre los pastizales. Asumo que impulsados por la envidia que genera que el prójimo se divierta sin uno, los ganaderos cosecharon ese falito naranja, que resulta que era un cordycep que parasita a un gusano subterráneo. Se lo dieron a unos monjes que concluyeron que tomando la dosis correcta el cordycep actúa como un estimulante, que además de ayudar a hinchar las venas para permitir mayor flujo de oxígeno potencia las erecciones del consumidor. Como a los insectos infectados, el cordycep también convierte a los ganaderos en zombies. Veinticinco mil dólares por kilo vale ese hongo hoy en el mercado.
Según la ponencia del profesor Marco Antonio Vásquez, los hongos son sagrados y no alucinógenos porque no generan alucinaciones sino que amplían el espectro de percepción del mundo. El ritual de los hongos sagrados está documentado en el Códice Vindobonensis y por ende se asume que su uso y entendimiento por parte de los Mixtecas data desde mucho antes de la llegada de Colón. Pensándolo bien, en esa parte de México ya estaban comiendo hongos incluso antes de que nuestras identidades mestizas empezaran a formarse. El consumo de hongos sagrados precede nuestra identidad. ¿Cómo podríamos juzgarlo?
Hemos sido ineptos al tratar de entender las drogas e hipócritas al juzgarlas, pero es claro que drogas y humanos vamos agarrados de la mano caminando por el tiempo. Estamos en una relación seria y duradera con todo lo que nos altere la conciencia. Adictos al café, al alcohol y a la cocaína. Una hipocresía que ha cobrado muchas libertades.
La coca es una planta noble y en todo caso no es culpa suya nuestros fetiches y delirios. Mascar coca y mambear, como los hongos sagrados, también preceden nuestras identidades mestizas. La hoja se tuesta, se muele, se mezcla con ceniza y se aloja en la parte alta de las encías, la boca se duerme y el mambe se empasta, se disuelve como un dulce de jengibre y da el empujón que se siente cuando uno toma mate por primera vez o se excede tomando café y lo ataca la taquicardia. Si no se sabe manejar el estímulo puede generar angustia. Algún día veremos al mambe en el anaquel de las superfoods de Whole Foods, al lado del matcha y de la maca.
La relación puede ser rebuscada pero existe algo en la devoción por explorar nuestro propio cuerpo que comparten la comida y las drogas estimulantes. Los sentidos al comer se sintetizan en el cerebro y las virtudes de la comida nos acercan más al nirvana a quienes amamos lo que nos hace sentir. Al consumir psicoactivos es la mente la que se siente aflorar en nuestros sentidos que se despejan y toman el control. Alguna vez en Francia un aprendiz de hospitalidad con el que trabajaba compró uno de esos kits para crecer hongos que venden en Amazon e hizo que nuestra experiencia fuera más placentera y pacífica. Se pierde el apetito después de comer hongos pero sentí claramente los mensajes en la música, se distorsionaban las escalas de los movimientos y sobre todo amé con más intensidad. Quizás a eso se refería Robert Wasson cuando se preguntaba sobre la relación de los hongos psilocibios con la construcción humana de la idea de Dios.
Many emotions are shared by men with the animal kingdom, but awe and reverence and the fear of God are peculiar to men. When we bear in mind the beatific sense of awe and ecstasy and caritas engendered by the divine mushrooms, one is emboldened to the point of asking whether they may not have planted in primitive man the very idea of God.
Dios, ya sabemos, puede ser la multiplicidad de formas de cualquier imaginación. Es el señor barbado de occidente, Alá o la Madre Tierra, pero también una dona de pixtle de Rosetta, la trippa alla romana de Passerini, las manitas de puerco pibil de Fonda 99.99 y un jugo de lulo bien helado en Bogotá. La comida por estos días está muy apegada al respeto por el origen y a la responsabilidad social pero de vez en cuando hay que mandar todo a la mierda y entregarse al placer sin pensar demasiado en las responsabilidades, asumiendo la gloria y las formas misteriosas del Señor. Jim Harrison predicaba:
Is there an interior logic to overeating / or does gluttony, like sex, / wander around in a messy void, / utterly resistant to our attempts to make sense of it?
Puede ser la boca en donde Dios, la comida y las drogas coinciden en nuestros cuerpos, el sensual punto G de nuestra espiritualidad. Una hostia, una ostra y una tableta de ácido aterrizan en la lengua.