La serie de pesca en el Golfo contenía inicialmente solo dos partes que ya salieron, pero en algún momento durante los últimos meses Juan Escalona, quien me llevó a Veracruz, me envió un texto contando su versión de la historia. Una versión que se pregunta acerca de las demás versiones. No la mía ni la de Jonathan, sino la de los peces que pescamos.
Esta semana, cuando la NASA reveló las primeras fotos del universo profundo del telescopio Webb, a muchxs les invadió la idea de que somos insignificantes, somos cada uno menos que un punto en el horizonte del espacio. Nada, vistos desde la inmensidad del universo. Pero esa misma foto también demuestra que en la escala universal todos los seres del planeta somos la misma nada y la diferencia entre un pez y un humano es imperceptible. Y si somos tan iguales, ¿por qué no seríamos los mismos y por qué no veríamos el mundo de la misma manera, desde la misma fragilidad y el mismo miedo?
Y es que justamente a partir de nuestra insignificancia compartida, la de todo lo que ocupa el planeta Tierra, podríamos elegir darle más valor a nuestras interacciones con los demás seres, a nuestra hermandad, o por el contrario elegir ahondar la profundidad de la futilidad de nuestras vidas y lo que decidimos hacer con ellas, y por ende la de nuestra relación con lo que nos rodea. En cualquier caso lo primero que conviene es hacerse la pregunta.
POV: Empatía animal
Por Juan Escalona
Llegamos un sábado de madrugada a Las Barrancas, una comunidad de pesca situada frente al Parque Nacional Sistema Arrecifal Veracruzano. Teníamos una cita con Jonathan, el capitán de la embarcación en la que partiríamos a pescar. Nos recibió en casa de su familia y ahí dejamos nuestras mochilas para seguir a la playa antes de desayunar y ver el amanecer. El cielo era violeta y rosa tornasol, la brisa era fría, la humedad cálida y metálica. Fue una de las mañanas más bellas que he visto en mi vida. Estábamos rodeados por varias pilas de nubes gigantes que refractaban la luz, como una bóveda decorada por Munch. Los tres y un perro que tenía algunos rasgos de blue heeler despeinado contemplábamos el amanecer. “Dicen que es Americano” dijo Jonathan del perro que nos miraba con entusiasmo, como si supiera o sintiera que todos éramos parte de un momento especial, unidos por unos minutos en ese amanecer.
Regresamos a casa de Jonathan, empacamos un par de botellas de agua y partimos de vuelta a la playa, que ahora lucía bastante normal. El perro corría con otros perros persiguiendo unas gallinas, nosotros nos montábamos en la embarcación mientras Jonathan daba las instrucciones finales para partir, advirtiendo que el comienzo sería turbulento. Todo había regresado a su curso.
En altamar el agua estaba ligeramente agitada y llena de lirios traídos de la Laguna de Alvarado por una tormenta y yo continuaba pensando en el perro, imaginando cómo sería contemplar el amanecer para un perro, si ni siquiera vemos los mismos colores. Y además cómo sería para otros animales como los peces que nos disponíamos a cazar. Seguramente, de una forma u otra, este tipo de eventos meteorológicos cuya relevancia es tan grande en nuestra cotidianidad, como un amanecer hermoso, también lo es para todos los otros seres que lo viven. Entré en un ciclo en el que ya no podía dejar de pensar sobre los límites de la contemplación animal, expandiéndose hacia otros sentimientos como el miedo, el dolor y la muerte. ¿Qué significa para un pez ser atrapado y subido a una barca donde enfrentaría miedo, dolor y muerte?
Eduardo Kohn, profesor de antropología de la Universidad McGill, aborda este tema en How Forests Think, donde explora lo que él llama una antropología que rebasa los límites de la humanidad, en la que los animales, plantas y otros seres con los que interactuamos tambíen son capaces de dar significado a aquello que les rodea:
“We humans, then, are not the only ones who interpret the world. ‘Aboutness’ —representation, intention, and purpose, in their most basic forms—is an intrinsic structuring feature of living dynamics in the biological world. Life is inherently semiotic.” P.74
Esas habilidades para establecer relaciones semióticas con el mundo que para las personas resultan tan propias y naturales también lo son para cualquier organismo, sea planta, bacteria, hongo o animal, y basta con observar con un mínimo de detalle sus comportamientos para darse cuenta de que estos procesos de significación son vigentes.
Recuerdo muy bien el momento en el que logré pescar mi primer pez aquel día en Las Barrancas. Era una villajaiba (Lutjanus synargys), uno de los peces más abundantes del Golfo de México. Jonathan me explicó que era posible detectar qué tipo de pez estás sacando basado en la fuerza y el patrón de jaloneo. La villajaiba tira con fuerza por unos instantes para después lidiar solamente con el peso “muerto”. Saqué el pez del agua, me explicaron brevemente que para desangrarlo habría que cortar dos de las arterias principales y después depositarlo en una hielera con agua y abundante hielo, procedimiento que garantiza carne de buena calidad. Procedí a hacer las incisiones y depositar torpemente al animal dentro de la hielera pero lo que pasó a continuación es algo que aún no puedo borrar de mi mente: momentos antes de cerrar la hielera vi al pez a los ojos. Estaban desorbitados, temblando frenéticamente, quizás tratando de dar sentido a lo que estaba pasando o quizás colapsando, transmitiendo un genuino terror y todo el furor que causó haber obtenido mi primer presa se desvaneció, perdí la fuerza de mis manos y cerré la hielera.
Es sencillo generar empatía con animales que tienen ojos al frente y se parecen a nosotrxs. Pero al lidiar con animales o seres que tienen formas diferentes a las nuestras, como la posición de los ojos, resulta ajeno y difícil ser empático ante cualquier sentimiento que este ser pueda experimentar. Eso lo comprendí después de cerrar la hielera. La empatía con el terror de esa villajaiba que recién había pescado fue el resultado de un proceso en el que reflejé mis propios sentimientos de lo que yo creo que es dolor y miedo, sin embargo el hecho de que solo pudiera hacer contacto con uno del par de ojos del animal me complicó determinar qué era eso que veía en los ojos de la villajaiba. Muy probablemente si fuera un perro, un oso, un gato o algún otro animal con ojos al frente sería mucho más sencillo este proceso, pero qué sería de nosotrxs lxs animales depredadores si fuera simple generar empatía con nuestras presas; muy probablemente moriríamos de hambre. Y aún así ese día sentí algo difícil de explicar.
La animalidad del humano, en un sentido muy definitivo, se ha distinguido de la animalidad de otros animales, estableciendo una barrera en la que lamentar la pérdida de una vida de un animal “no humano” se minimiza, sino es que se ignora. En su Frames of War, Judith Butler examina la naturaleza de estas distinciones, colocando al bios como un agente unificador de animalidades:
In the same way, it does not ultimately make sense to claim, for instance, that we have to focus on what is distinctive about human life, since if it is the "life" of human life that concerns us, that is precisely where there is no firm way to distinguish in absolute terms the bios of the animal from the bios of the human animal. Any such distinction would be tenuous and would, once again, fail to see that, by definition, the human animal is itself an animal. This is not an assertion concerning the type or species of animal the human is, but an avowal that animality is a precondition of the human, and there is no human who is not a human animal.
Durante el transcurso de la jornada de pesca muchos de mis pensamientos se relacionaron a los procesos de muerte de los peces, y a cómo ha evolucionado con el paso de los años en esa comunidad pesquera. Jonathan decía que la pesca como la presenciamos en ese momento era algo más bien reciente. El método pasado implicaba alguno de los dos siguientes destinos: el pez se enganchaba en uno de los anzuelos de una serie de cientos, los cuáles eran dejados a flote durante la jornada completa de doce horas para después regresar y revisar cuántos de ellos tenían alguna presa. Bajo este método llamado plangre, el pez al atorarse permanece sin la posibilidad de moverse por esas horas y muere ahogado lentamente. En el segundo método, al salir del agua el pez es dejado sobre la superficie del bote, el cual tras varios minutos de falta de agua, su fuente de oxígeno, muere ahogado también.
Al establecer un juicio sobre estos métodos de pesca, con toda la sensibilidad que este tema conlleva, podríamos establecer juicios sobre cada una de nuestras interacciones con otros animales como el consumo de otras carnes o productos donde haya labor o consumo animal. Sin embargo lo que es verdaderamente importante notar es que los procesos han cambiado en muy poco tiempo y que la empatía que sentimos hacia las emociones, sensaciones y sentimientos de animales tan diferentes a nosotros ha cambiado. ¿Pero qué es la empatía y por qué es tan importante para establecer relaciones con otras especies?
Empathy refers to situations in which the subject has a similar emotional state to an object as a result of the perception of the object’s situation or predicament. In contrast to emotional contagion, the distinction between self and other is maintained, and the emotional state remains object focused rather than self-focused. This may or may not result in succorant or prosocial actions to alleviate the distress of the object. Because empathy is a shared-state phenomenon, the definition usually implies some degree of “state matching”. State matching is a broad term that implies some concordance between the subjective states of individuals, including physical, psychological, and cognitive components.
The communication of emotions and the possibility of empathy in animals, Preston & de Waal (2002).
El concepto state-matching toma un papel relevante cuando aquellas especies con las que estamos interactuando no solamente son nuestra compañía sino nuestro alimento. Un reporte científico de 2019 donde se evalúa el nivel de empatía en contraste con la relación evolutiva que existe entre la especie humana y otras especies animales menciona que nuestra capacidad para igualar nuestros sentimientos con otra especie está vinculado directamente a nuestra habilidad para proyectar atributos antropomórficos en esas especies, es decir, entre más parecidas sean sus formas físicas o emocionales a las nuestras, mayor será el nivel de empatía. Así, nuestra capacidad de state-matching podría estar informándonos no solamente sobre posibles compñerxs de vida o aliadxs, sino de potenciales fuentes de alimento. Estar ese día frente a cientos de peces cuyas vidas son tan diferentes a la mía, en una posición de depredador, terminó por diluir aquel primer impacto, el de mi primera presa, pero no desapareció por completo, ni lo ha hecho hasta ahora.
Hasta hoy el método de pesca vigente para esta comunidad de Veracruz ha permitido que el nivel de empatía hacia la muerte de estos animales priorice una que sea rápida y con el menor dolor posible. Una importante motivación para hacer prevalecer este tipo de prácticas, la del comprador sobre todo, es que la calidad de la carne de aquellos animales que han sufrido poco es contrastantemente superior a la de los que han muerto ahogados tras mucho tiempo de sufrimiento. Sin embargo, no es la de los pescadores, quienes al interactuar con mayor frecuencia de frente a estos animales aún con vida, expresan con preocupación que cada vez más deberían optar por este tipo de prácticas, empatizando con aquellos seres que son su sustento económico y alimentario.
James Satescu, en un análisis de las ideas de Judith Butler sobre la precariedad de la vida animal y el derecho a lamentar, insiste en la idea de que lamentar la pérdida de cualquier vida puede ser un acto político en el sentido de que existe un desequilibrio interespecie sobre quién merece y quién no merece ser lamentado. Si ejerciéramos la capacidad de lamentar la pérdida de vidas de los animales que consumimos con toda seguridad serían exigidas mejores formas de muerte que más allá de otorgarnos alimentos de buena calidad honran una vida y el dolor de perderla detrás de cada animal.
Constantemente mi mente regresa a ese día de pesca que lo cambió todo. Ya no es suficiente con saber que los animales que como han tenido una buena vida, o que tuvieran la capacidad de libre movimiento, con buenas alimentaciones y tratos. Tampoco es la calidad, una de las principales motivaciones de las personas que trabajamos en la industria de la comida. Sino en cuestionar si tuvieron una muerte rápida y con el menor dolor posible. Entiendo que es un proceso muy complicado que para muchxs de nosotrxs no es trivial considerar, pero ejerciendo el lamento a la pérdida de otras vidas podremos aspirar a mejorar las condiciones de muerte de nuestros alimentos.
Juan Escalona es un cocinero y biólogo mexicano fundador de Sexto, una plataforma que crea conceptos comestibles y organiza seminarios que promueven el enriquecimiento intelectual, creando puentes entre la gastronomía y la academia. Pueden seguir sus eventos e investigaciones acá.