La nueva mesa de Alexander Von Humboldt
Por Giuseppe Lacorazza
Cinco meses después de su llegada a Quito, Humboldt partió de la ciudad, el 9 de junio de 1802. Todavía tenía intención de ir a Lima, aunque el capitán Baudin no estuviera allí. Desde Lima confiaba en encontrar pasaje en un barco hasta México, que también deseaba explorar. Pero antes quería escalar el Chimborazo, su máxima obsesión. Este majestuoso volcán inactivo—un «impresionante coloso», lo calificó Humboldt—estaba a unos 160 kilómetros al sur de Quito y tenía una altura de casi 6.400 metros.
Andrea Wulf, 2015. La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander Von Humboldt.
El ascenso al volcán Chimborazo marcaría la vida de Alexander Von Humboldt, el famoso geógrafo e investigador prusiano del siglo XIX que a lo largo de su vida cambió la forma en que la ciencia entendía el mundo natural. En su libro La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander Von Humboldt, Andrea Wulf narra que usando el Chimborazo como ejemplo Humboldt dibujó el primer modelo de su Naturgemälde, “una palabra alemana intraducible que puede significar «una pintura de la naturaleza»” según Wulf, un mapa con información detallada de las temperaturas, presiones atmosféricas y humedad con relación a las diferentes altitudes del recorrido hacia la cima del volcán. En la misma infografía Humboldt organizó las especies que había estudiado a lo largo del camino, relacionándolas con las diferentes elevaciones y las mediciones de los pisos térmicos del croquis. Fue la primera vez que Humboldt propuso a la comunidad científica su propio entendimiento de la naturaleza como una fuerza global con zonas climáticas interdependientes en cada continente. La naturaleza, por primera vez, se entendía en la ciencia como una totalidad en donde todo estaba relacionado, desde los organismos más frágiles y las piedras más pequeñas hasta los volcanes más poderosos.
Parte del primer capítulo del libro se enfoca en la relación temprana que mantuvieron Goethe y Humboldt en Weimar y Jena. Un periodo que influenció tanto al joven naturalista como al viejo poeta. Goethe era un apasionado por las ciencias naturales tanto como Humboldt y tenía también sus propias teorías de historia natural —una de ellas era que todos los seres vivos compartían una forma interna común, la Urform, al mismo tiempo que el organismo exterior se adapta a su entorno; otra que los organismos vivos, contrario a lo que pensaba Descartes, no eran máquinas, pues “mientras una máquina se podía desmantelar y luego volver a montar, las partes de un organismo vivo solo funcionaban cuando estaban conectadas unas con otras”. El mismo año en que Humboldt y Goethe se conocieron Goethe escribió Metamorfosis de las plantas, un poema naturalista que describe el proceso de la transformación que él creía que representaba a la Urform de las plantas.
Pensá cómo también, del germen del encuentro, fue creciendo, de a poco, en nosotros el hábito, descubriendo más tarde una amistad profunda, y el amor, al final, dándonos flor y fruto. Mirá la profusión de la naturaleza, siempre prestando formas a nuestras emociones. ¡Es alegre este día! El fruto más sublime del amor, el más dulce, es ser de un pensamiento, de una visión del mundo, para que en armonía lo que es doble sea uno, en la esfera más alta.
Johann Wolfgang von Goethe, 1790. Fragmento de Metamorfosis de las plantas. Traducción de Andrés Kusminzky.
Humboldt volvió a Europa dos años después del ascenso al Chimborazo y a partir de su viaje publicó treinta y cuatro volúmenes de Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, el primero del cual fue Ensayo sobre la geografía de las plantas, en donde incluye el dibujo final del Naturgemälde, y el más famoso Cuadros de la naturaleza, un texto que revolucionó la documentación científica en Europa por combinar la prosa y las metáforas poéticas —según la autora influenciado en gran parte por sus conversaciones con Goethe— con el rigor científico de la academia, además del vasto contenido inédito sobre el mundo natural de América. Humboldt llegó a estar en el centro de la conversación intelectual de Europa, a la par de su viejo amigo Goethe, inspirando a varias generaciones de escritores y naturalistas como Darwin, Thoreau y más adelante Julio Verne. Este es el primer párrafo de Cuadros de la naturaleza:
Al pie de las altas montañas de granito que desafiaron la irrupción de las aguas, al formarse en la época de la juventud de la tierra el mar de las Antillas, comienza una vasta llanura que se estiende(sic) hasta perderse en la lontananza. Si después de traspasar los valles de Caracas y el lago Tacarigua, sembrado de numerosas islas, y en el cual se reflejan los plátanos que sombrean las orillas, se atraviesan las praderas en que brilla el suave y claro verdor de las cañas de azúcar de Tahití, ó se deja atrás la densa sombra de los bosquecillos de cacao, tiéndese y reposa la vista hacia el Sur sobre etapas que parecen irse levantando por grados y desvanecerse en el horizonte.
Alexander Von Humboldt, 1808. Cuadros de la naturaleza. Traducción de Alejandro Giner, 1876.
Que hermosa idea que puso Humboldt en el papel: la naturaleza como un todo universal, y ese todo interconectado y además en constante cambio. Sin asumir esa concepción que ahora puede parecer obvia no podríamos ni siquiera imaginar el concepto del cambio climático que parte de la base de que lo que ocurre en un lugar repercute en otro (como ocurre con el fracking y las emisiones de metano del ganado, por ejemplo). Tampoco podríamos entender nuestra comida. O sí, pues una manzana es una manzana, pero justamente lo que Humboldt propuso fue que detrás de lo que creemos saber se esconde una red de conocimiento que va más allá de lo que hemos entendido incluso hoy, 200 años después de que se adoptara esa idea en las ciencias naturales, y continúa, porque al fusionar la poesía y la metáfora de Goethe con el rigor científico Humboldt demuestra que la interconexión del mundo no se limita a la naturaleza y las ciencias naturales, también permea nuestra propia humanidad, nuestra capacidad de imaginar y de sentir. Eso obviamente incluye a la comida, que más allá de ser parte del mundo natural —parte esencial de la transmisión de energía de un organismo a otro, del cambio constante— pertenece a nuestro imaginario, es una consideración, es también poesía. Ese descubrimiento de las redes que construyen el mundo de la comida es lo que intentamos explorar en Gula.
Lo que comemos es la planta y es el animal, es el ser biológico, es la historia natural, son los colores y las formas de esa naturaleza, es la sensación interna que nos proveé al probarla, es la forma en que organizamos al planeta y es la idea cultural que compartimos con nuestros semejantes y también lo opuesto, es la metáfora de la belleza y de la bestialidad, y es también el origen de nuestra propia humanidad. Es la historia de la evolución humana y también la tentación que nos ha alejado de la divinidad, lo que nos hizo hombres y mujeres en la cristiandad.
Al hombre le dijo: «Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa: con fatigas sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.»
Génesis 3:17-19
Es Humboldt y es Goethe, es Darwin y es la Biblia.
Ese Naturgemälde de la comida, un mapa que se puede crear, recrear e interpretar y cambiar como Humboldt lo hizo con las ciencias naturales, es una unidad interminable que se puede encontrar en todos lados cuando uno se adentra profundamente en las ramificaciones. Es parte del pensamiento original de Humboldt, que además de llenar libros de sus anotaciones botánicas y geológicas y de su interés en la política de las sociedades americanas, describió los campos de alimentos de las colonias y a las nueces de brasil que comió por primera vez en el Orinoco cuando se les habían acabado los suplementos a su expedición, y narró la decimación que vio en los bancos de ostras por culpa de la sobre extracción de sus perlas en la costa de Venezuela, y sobre los plátanos y los tubérculos de mandioca que le compraron a los monjes capuchinos en el Amazonas junto al botánico Aimé Bonpland, y su introducción a las vainillas de tamarindo con las que se podía hacer una refrescante limonada, y cómo se alimentaban de hormigas ahumadas, pescados de río, casabe y huevos de tortuga en su primer viaje por la selva, y vemos que incluso en la historia del mismo Humboldt podemos encontrar las ramificaciones que nos llevan hacía lo que comemos, porque no hay rincón de la vida que no se relacione con los alimentos, aunque sea de la manera más remota y tomando el camino más largo.