En germinación
Un ensayo fotográfico sobre las semillas, el cuerpo y la espera. Por Isabella Bernal.
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No es ajena la comida a nuestra relación con el tiempo, especialmente a la espera. Ese espacio temporal en donde no estamos en control de lo que ocurre, que no nos pertenece y además nos excluye porque no no necesita, porque de incluirnos podríamos estropearlo todo. Nuestra capacidad de esperar sin entrometernos, sin desesperarnos, es la paciencia. La misma que se requiere para esperar a que se cueza un caldo, a que madure una fruta o a que germine una semilla. La misma a la que tuvimos que someternos el año pasado cuando de la nada llegó la pandemia a amenazarnos —una que no controlamos y todavía no nos deja tranquilos— y encerrarnos a esperar. Y esperamos.
La entrega de hoy es un ensayo fotográfico de Isabella Bernal. Son las conclusiones que germinaron de su espera —la que vivimos todos y que es a la vez única, pues nadie la vivió igual— como germina una semilla.
En germinación
Fotos y texto por Isabella Bernal
¿A qué sabe la tierra?
Llevamos siglos escarbando el suelo para enterrar semillas. Moviendo la tierra para adueñarnos de pedazos de desierto, bosques, páramos, selvas. Inventando rituales alrededor de la siembra y la cosecha. Siglos comiéndonos los frutos que nacen y viven de este suelo americano.
Este es un diario visual de nuestros días de encierro. Es el retrato de un matrimonio entre el cuerpo y su alimento. Regresamos a la tierra, fuente de vitalidad, para recordar nuestra propia dependencia de ese suelo que ha sido calcinado y abusado.
Al inicio del encierro empezamos a guardar los excedentes de lo que nos comíamos. Semillas de frutos locales sembrados por manos campesinas y luego recogidos, transportados y vendidos por otras manos antes de llegar a las nuestras. Los frutos tienen la presencia de mucha gente, esas huellas que se hicieron peligrosas y nos produjeron pánico en el grifo de la cocina.
Las semillas indestructibles, que empiezan y terminan el ciclo de la vida, son el corazón de este trabajo. Contar una historia que nace de la tierra y regresa a ella como un relato circular sobre el suelo, esa comunidad compleja que se recicla y se reproduce para darnos de comer y luego, al final de nuestros días, nos recibe. Porque el territorio fértil se alimenta también de los muertos, de los huesos convertidos en polvo sobre los que hoy nos paramos. Y que ahora, cuando la fragilidad de los cuerpos asusta, nos recuerda la ciclicidad de la vida.
Este proyecto nace de cinco personas a quienes el azar puso en un apartamento una semana antes de que se decretara el primer toque de queda por el COVID 19. Nacimos en la misma década y hacemos parte de una generación que vivió el tránsito de lo analógico a lo digital, por eso este trabajo nació de la fotografía análoga y evolucionó a una forma digital.
En ese universo comprimido dibujamos la realidad con nuestras presencias. Nos sostuvimos gracias a la fricción, a la cercanía, al contacto y a algunas miradas seductoras con las que nos acompañábamos. Nos contuvimos mutuamente para protegernos de la paranoia colectiva y mientras cultivamos nuestros cuerpos con esas semillas nos preparábamos para el momento en que podríamos sacar la cabeza de la parálisis que produce el miedo.
El apocalipsis se convirtió en un tiempo de reposo que enalteció la fertilidad de nuestra tierra, el vientre que nos da de comer y que nos recuerda la interdependencia de todos los seres de este planeta. Y a nosotros, humanos, nos hizo un llamado a utilizar nuestra capacidad creativa en un momento urgente de transformación, para que dejemos un rastro que no sea solo el de la destrucción.
Mientras el planeta respira nosotros nos mantenemos sincronizados en un viaje que se mueve entre puntos suspensivos. Estamos en etapa de germinación.
Isabella Bernal es una fotógrafa y periodista colombiana. Su primer documental, El Naya: la ruta oculta de la cocaína, fue finalista de los premios Gabo en 2018. Su segundo documental, Verde como el oro, muestra la voluntad de un pueblo frente a un proyecto de megaminería en el Suroeste antioqueño de Colombia y advierte sobre una posible catástrofe ambiental.
Andrea Gil fue la directora de arte de las fotos de los cuerpos.
Otra versión de este proyecto fue publicada en la Revista Dos Latinas, un medio digital independiente sobre los Derechos Humanos y de género que amplifica fenómenos, discursos y debates en America Latina y el Caribe.