El mensaje de la vicepresidenta Kamala Harris fue claro: “No vengan”. Lo dijo en Guatemala hace un par de semanas hablándole a los migrantes centroamericanos que planean viajar a la frontera con México para entrar a trabajar a los Estados Unidos. “El presidente y yo hemos discutido una creencia fundamental, que la mayoría de las personas no quieren irse de su casa”.
Quizás tiene razón, la mayoría de personas no quieren irse de su casa para embarcarse en un viaje largo, peligroso y costoso apostando su vida, la de sus hijes y cualquier patrimonio que tengan por la necesidad de buscar un futuro más esperanzador que el que dejan atrás. Lo hacen porque sienten que no tienen otra opción. Lo van a seguir haciendo.
Los que llegan al otro lado son recibidos por empresarios con brazos abiertos y bolsillos apretados, y muchos terminan trabajando en campos, cocinas y fábricas de alimentos. Jornadas diarias de arduo trabajo físico a cambio de algunos dólares, apenas suficientes para repetirlo cada día.
De los trabajadores de la industria de los alimentos en Estados Unidos el 22% son inmigrantes. En Nueva York y Nueva Jersey el porcentaje sube al 35% y en el sector agrícola nacional y los trabajos de granja en todo EE.UU es el 48%. Casi la mitad y esos son solo los documentados.
En 2018 Isabella Bernal empezó a fotografiar algunas de esas historias. Una vez en medio del invierno la acompañé a Plainfield, Nueva Jersey, a tomar fotos de árboles escabrosos de manzanas, discotecas, procesiones religiosas y cafeterías. Plainfield es uno de muchos pueblos rurales llenos de ciudadanos latinoamericanos que han viajado para trabajar en el campo —en este caso en las granjas de manzanas— y mandar dinero de vuelta a sus familias. Es una comunidad híbrida y remota donde se comen pupusas en medio de la nieve y las noches se calientan en Faraones, un antro de ficheras y efectivo donde Justin Bieber e Intocables suenan a la par. Es un mundo propio, rudo y cursi, casi etéreo, que gira en torno al ciclo de las manzanas, que es el oro de esa mina.
En su ensayo fotográfico Isa observa la relación entre los migrantes, la economía y la naturaleza, se pregunta sobre la libertad y sobre las consecuencias de la domesticación de la tierra en la condición humana.
As American As Apple Pie
Fotos y texto por Isabella Bernal
Esta es la historia de un pueblo de migrantes que afectan físicamente el paisaje norteamericano al que nunca podrán pertenecer metafísicamente. Es un grupo de personas que han elegido una vida estacionaria atravesada por la ausencia familiar, la soledad y la nostalgia del hogar a cambio de una recompensa económica que les promete una mejor vida a sus familias. Es la circunstancia de quienes viajan de América Latina a Estados Unidos para trabajar en los cultivos de Nueva Jersey que abastecen con manzanas y otros productos los mercados frescos de Nueva York. Las manzanas aquí son un regalo de la Tierra que revela distintas facetas de la vida, son un símbolo de sacrificio y de fe.
Durante un año visité estas fincas que quedan a no más de una hora del centro de Manhattan. Recorrí tierras que no diferencian su propiedad con cercos de púas ni estacas de madera como se dividen las parcelas en el campo latino. Caminé milimétricamente los callejones que separan a las Pink Lady de las Granny Smith o las Red Delicious. Pasé tiempo con los hombres que viven dentro de las mismas fincas en cuartos que les proporcionan sus empleadores y los acompañé desde las seis de la mañana cuando hacen el registro de identificación facial que marca el inicio de la jornada. Trabajan durante más de diez horas con guantes y pinzas para no estropear los frutos que son arrancados de las ramas antes de que caigan al suelo. Este ecosistema masculino que se nutre de las salidas cada domingo —a la misa, los billares, las cantinas— para escapar del estilo de vida campamentario que a muchos termina por agotarlos emocionalmente, es el que lleva la comida a las mesas norteamericanas. Algunos de ellos deciden permanecer los diez meses que les concede la visa de trabajo, pero la gran mayoría prefiere la ilegalidad para poder pagar una carrera universitaria o terminar de construir una casa en concreto que difícilmente sería posible con lo que valen los jornales en sus países de origen.
Esta es una historia contemporánea del sueño americano, un sueño que ya no persigue la permanencia en Estados Unidos sino que anhela el retorno al Sur.
Isabella Bernal es una fotógrafa y periodista colombiana. Su primer documental, El Naya: la ruta oculta de la cocaína, fue finalista de los premios Gabo en 2018. Su segundo documental, Verde como el Oro, sobre el conflicto territorial de un proyecto minero en el suroeste antioqueño, se encuentra en posproducción.